CON EL LLANTO ATRAPADO EN EL PECHO: Una razón llamada Mónica, por Leonardo Padrón A Mónica Spear”. Aún medio dormido, de
vacaciones en el imperio, podía pensar cualquier cosa ante una frase
tan ambigua. Pero ella no era persona de escándalos, así que no ensayé
especulaciones y le escribí a mi primo: “¿Qué pasó?”. Y entonces vino la
frase estremecedora: “¡La mataron anoche!”. Fue un corrientazo
eléctrico. Abrí el Twitter y no había prácticamente otra noticia. La red
social era un estupor gigante. Me brotaron dos palabras, ahogadas de
pánico: “¡Dios mío!”. Fueron apenas un susurro, pero contenían tanto
asombro que despertaron a mi pareja. Cuando le conté a Mariaca que su
amiga y excompañera de trabajo había sido asesinada atrozmente –junto
con su esposo– en una carretera venezolana, el dolor se convirtió en
nuestro compañero de viaje. Desde entonces, hay un crujido que no cesa.
***
No es difícil imaginar el terror que vivieron
Mónica y Henry. La sorpresa ante la aparición de los delincuentes.
La impulsiva reacción de encerrarse en el carro y agazaparse. El
espanto ante la suerte que pudiera correr Maya, su hija de 5 años. Los
gritos siniestros de los hampones. Los balazos salvajes. La muerte
entrando con furia en el vehículo. Y Maya sola, solísima, en ese
desamparo inexplicable, con sus padres durmiendo para siempre, sin beso
de buenas noches, como era antes, como eran todas las noches. Antes.
La indignación no cabe en el idioma.
***
Mi breve estancia en Miami estuvo signada por la terrible muerte de Mónica. No pude soslayar las peticiones de entrevistas de medios como CNN en español, NTN 24, o
Al Punto,
el celebrado programa de
Jorge Ramos en Univisión. No era nada
agradable hablar de Venezuela en términos tan desoladores. Así le pasó a
muchos de los artistas y creadores que hoy viven un exilio forzoso en
el estado de Florida. Fue un reencuentro de mucho afecto y duelo. En
todos los abrazos estaba Mónica. Y en todos los diálogos: la inseguridad
como la causa primera de tantas migraciones. Me cansé de oír anécdotas
de sangre y miedo. Y esa asfixia, en la punta de las palabras, que se
llama desarraigo.
Un humorista y músico que vive en
Coconut Grove desde hace un año huyó del país por la sobredosis de violencia
:
“Lo menos que quería es que una noticia como la de Mónica me diera la
razón”. Me habló de dos amigos suyos en terapia intensiva por atracos
armados. Esos nunca aparecen en las estadísticas: los sobrevivientes. Me
contó del día que se tomaba un café en un centro comercial caraqueño y
se le acercó un viejo compañero de farra: “¿Y tú de verdad no te piensas
ir del país?”. El alzó la mirada, sin comprender, y el amigo descolgó
una frase inesperada: “Estoy en mitad de un secuestro”. Y siguió
caminando, vigilado por un hombre y una mujer que lo conducían a un
cajero electrónico, y luego, quién sabe adónde.
***
Las protagonistas no deben morir. Ese es un axioma de hierro que los escritores de historias de amor suelen respetar.
Se transgrede mínimas veces. Mónica Spear, en un perturbador guiño a su
destino, murió en tres ocasiones en la ficción. La primera vez en una
telenovela de RCTV, ese canal de televisión que también asesinaron. Las
reinas tampoco mueren. Pero de nada sirven las palabras. Miss Venezuela
2004 volvió a su país para visitar su lado más luminoso. Y la oscuridad
del país la exterminó. La violencia es hoy el sustantivo que nos define.
Una palabra que escupe sangre. Una palabra que nos rompe el ánimo. La
violencia es el verdadero paisaje del país. El fallecido presidente
Chávez viajó a la ONU para descubrir el olor del azufre. Nosotros solo
tenemos que bajar el vidrio de nuestros carros. O accidentarnos en un
tramo del camino. Ese es el asfalto de nuestras autopistas: el infierno.
***
Somos el país de la desmemoria. Solo reaccionamos ante el titular del
día. Toda noticia es desplazada por otra. Estamos condenados –diría
Héctor Lavoe– a ser un periódico de ayer. Recuerdo el impacto nacional
ante el asesinato de Yanis Chimaras el 24 de abril de 2007, el día que
iba a grabar el último capítulo de
Ciudad Bendita. A Pedro Lander
pidiendo un minuto de aplausos en la Asamblea Nacional. Las palabras
dichas. Los golpes de pecho. Recuerdo la conmoción por el secuestro y
asesinato de Libero Laizzo, el manager de la banda musical Caramelos de
Cianuro, en 2012. Los músicos y artistas reunidos en distintas plazas
clamando por el derecho a la vida de los venezolanos. Y cien artículos
más sobre el problema de la inseguridad. Recuerdo, ese mismo año, el
disparo en la cabeza que recibió el cantante Onechot y su milagrosa
supervivencia. Más artículos. Más indignación. Más peticiones de
políticas de seguridad al gobierno nacional. Todo se fue diluyendo con
otras noticias, nuevas elecciones, más escándalos. ¿Quién dice que esta
vez no va a pasar lo mismo?
***
Me niego a este
Alzheimer que nos designa. Pido que el asesinato de
Mónica no se convierta en olvido. Escribo tercamente sobre ella este
domingo porque no quiero que la noticia comience a ser pasado. Que
ninguna de las muertes violentas que ocurren en nuestra tenebrosa
cotidianidad sea olvidada. Ni la del bartender del Auyama Café, Luis
Ánderson Jaimes, asesinado por tres policías molestos por una cuenta
excesiva; ni la de Daniela Sierralta, de 24 años, asesinada y quemada en
un tiroteo entre dos bandas delictivas; ni la de Yris Margarita,
asesinada en una camioneta de pasajeros en la avenida
San Martín; ni la
de Orlando José Páez, mecánico asesinado con cinco balas en la avenida
Sucre; ni la del escolta de la Vicepresidencia, ni la del funcionario de
Polisucre, ni una inacabable, vergonzosa, lista de venezolanos caídos
bajo el mordisco letal de la violencia.
***
El hilo de sangre de Mónica Spear recorrió el mundo. El lunes 13 de enero, en
El Nuevo País,
la periodista Jurate Rosales hizo un recuento minucioso de la onda
expansiva: “Lo mundial de la noticia llena siete páginas de nombres de
medios que la publicaron. Llama la atención que países muy lejanos le
dieron espacio:
Kuwait Times en Kuwait:
The Press en Nueva Zelanda; el
Daily News en Filipinas;
The Heralden Suráfrica; el
Vietnam News;
Gulf News en los Emiratos Árabes Unidos;
The Post en Zambia;
The China Post en Taiwán;
The Daily Telegraph (Sydney) en Australia;
The Borneo Post en Malasia y los únicos medios donde no encontré la noticia fueron los dos principales periódicos rusos:
Izvestia y
Pravda”.
Tamaña consecuencia pulverizó en segundos el fatuo intento del
ministro de cinismo, perdón, de turismo, en posicionar a Venezuela como
un país “chévere” ante el planeta. El impacto mundial le debe haber
quitado el sueño a Nicolás Maduro. Porque eso es lo que les importa: su
incierta reputación. Solo así se entiende que tantas declaraciones de
voceros oficialistas pidan que no se politicen las muertes de Mónica
Spear y su esposo. Esta revolución ignora la incompetencia de sus
políticas, el fracaso de sus planes de seguridad, la corrupción de sus
policías. Solo habla de responsabilidades ubicadas en el remoto pasado. Y
entonces, gacetilla aprendida, salen algunos figurantes de reciente
data en el elenco revolucionario a decir que la violencia en el país es
culpa de los gobiernos de la cuarta república. Uno de ellos, actor de
telenovelas, llegó incluso a decir, en un programa de televisión, que el
epicentro de este desastre se llama Rómulo Betancourt. Vaya, vaya. Si
seguimos desenhebrando el hilo llegaremos a Isabel la Católica y el
tozudo genovés que le pidió un dinerito para venir con sus tres barcos
llenos de truhanes a descubrirnos en la pionera de todas las misiones:
la Misión Nuevo Mundo.
***
Mónica Spear fue la protagonista de una novela que escribí llamada
La Mujer Perfecta.
La historia ironizaba sobre la obsesión de la mujer venezolana por la
búsqueda de la eterna juventud. Decidí, entre varias tramas alegóricas,
depositar la responsabilidad mayor en una protagonista cuyo rasgo
principal era tener síndrome de Asperger. Caracterizar a un personaje
con esa condición implicaba una gran exigencia actoral. Era un personaje
en la cuerda floja. Si no lo hacía bien, la novela naufragaría, sin
duda. Micaela Gómez debía apreciarse “distinta” del resto del elenco y a
la vez generar fuerte empatía con el televidente. Hablarles a los otros
personajes sin verlos a los ojos. Esquivar el tacto del hombre que la
enamoró. Manejar la comedia y el drama desde una levedad perenne.
Descubrir el sentido figurado del idioma. Transmitir fragilidad y
franqueza a manos llenas. Ser Micaela Gómez podía hundirla o terminar de
consagrar su carrera.
Nunca olvidaré el día en que Mónica Spear y yo nos reunimos a hablar
del personaje. Más allá de su abrumadora belleza y su dulzura sin pausa,
había en ella un nivel de compromiso total. Leyó hasta la última letra
los libros que le sugerí, vio varias veces las películas indicadas y
aceptó con entusiasmo reunirse con la gente de Sovenia (Sociedad
Venezolana para Niños y Adultos Autistas) y compartir largamente con
personas con
síndrome de Asperger. Mónica Spear lo hizo todo y más. Lo
que ocurrió en pantalla fue rotundo. Conquistó al público
milimétricamente. Hizo que muchos espectadores descubrieran la condición
de Asperger en ellos, o en sus hijos y parientes. Logró que los
comenzaran a respetar en sus sitios de trabajo o estudio. La sinceridad
sin filtros de Micaela convocó a una legión de admiradores. En las
elecciones parlamentarias de septiembre de 2010 la gente en las redes
sociales pedía a gritos que Tibisay Lucena fuera sustituida por Micaela
en el CNE. Terminó siendo
trending topic varias veces. Incluso,
la noche de su primer beso con el protagonista. Lo había logrado.
Durante 120 capítulos dibujó una obra maestra. Mónica Spear se había
convertido en
La Mujer Perfecta.
Ahora es un cadáver. Una muerte absurda. Una estadística subrayada.
Una razón para la indignación definitiva. Una causa para luchar por el
derecho a la vida de los 28 millones de venezolanos que aún se atreven a
transitar por el mapa de sus pesares. Ahora es un dolor. Un dolor que
exige un país distinto. Un país donde quepa la vida. Eso merecemos. En
nombre de todas las Mónicas que matan diariamente en este corral de
balas llamado Venezuela. Es totalmente inaceptable que la verdadera
protagonista en este país sea la muerte.
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